Por qué muchos hijos culpan a sus padres de sus desgracias

12 de enero | 2026

Introducción

En algún momento de la vida, muchos hijos sienten que gran parte de sus problemas, miedos o frustraciones vienen de lo que vivieron de pequeños en casa. Es común escuchar frases como: “Mis padres nunca me entendieron” o “Todo lo que soy es por culpa de ellos”. Aunque estas afirmaciones pueden contener algo de verdad, también esconden una trampa emocional: la de mantenernos atados al pasado e impedirnos avanzar.

Te ayudamos en este post a comprender de dónde nace esa culpa y cómo liberarse de ella para alcanzar la madurez emocionalLas carencias o las comparaciones dejan huellas que, con el tiempo, se transforman en resentimiento. Culpar a los padres es un camino tentador porque parece ofrecer una explicación sencilla a los dolores de la vida adulta. Al final, todos, en mayor o menor medida, venimos de historias imperfectas.

Atrévete a mirar tu historia con nuevos ojos y descubre ya cómo dejar de culpar para empezar a sanar.

Índice de contenidos:

  1. El origen del resentimiento: la infancia como espejo
  2. Cómo se forma ese sentimiento: el papel de las expectativas familiares
  3. Qué nos impide soltarlo: la psicología de la culpa y la responsabilidad
  4. Cómo empezar a sanar la relación con los padres
 

El origen del resentimiento: la infancia como espejo

Los padres o cuidadores son nuestras primeras referencias en el mundo. Nos enseñan lo qué está bien y lo qué está mal, nos muestran amor (a veces de manera torpe) y también nos hieren, aunque no lo deseen. Durante la infancia, dependemos completamente de ellos. Por eso, si algo sale mal, el cerebro infantil no puede pensar en causas complejas: simplemente asume que la culpa está en los padresCon los años, esa visión puede quedarse grabada. Si sentimos que no fuimos amados o protegidos como necesitábamos, de adultos podemos convertir ese dolor en resentimiento.

La sociedad actual, muy enfocada en la psicología y en 'sanar heridas', a veces refuerza la idea de que nuestros padres son responsables de todo lo que nos ocurre hoy. Y aunque la intención es buena (entender nuestro pasado), el riesgo está en quedarnos atrapados en el papel de víctimasCulpar a los padres nos da una sensación temporal de alivio, porque libera al adulto de responsabilidad. Pero ese alivio es engañoso. A largo plazo, nos mantiene estancados y sin poder personal.

 

Cómo se forma ese sentimiento: el papel de las expectativas familiares

Por ejemplo, un hijo que creció con un padre muy crítico puede desarrollar una voz interior que siempre lo juzga. En la edad adulta, cuando algo sale mal, puede pensar: “Es por culpa de mi padre, que nunca me hizo sentir suficiente”. Otro caso común es el del hijo que se sintió ignorado. De adulto puede tener dificultades para confiar en los demás o pedir ayuda y atribuirlo a esa falta de atención inicial. Sin embargo, hay un componente psicológico más profundo: el niño interior sigue esperando algo que nunca recibió.

Se busca así una reparación emocional que, muchas veces, ya no puede venir de los padres. En lugar de aceptar esa carencia y trabajar en sí mismo, el adulto continúa repitiendo la queja: “Ellos deberían haber sido distintos”. Muchos padres cometieron errores graves, incluso maltratos o negligencia pero quedarse toda la vida mirando hacia atrás no repara lo vivido. La verdadera sanación empieza cuando uno se pregunta: “¿Qué puedo hacer hoy con lo que me pasó?”.


 

Qué nos impide soltarlo: la psicología de la culpa y la responsabilidad

Soltar la culpa hacia los padres no es sencillo, porque implica reconocer que ya somos los dueños de nuestra vida. Y eso da miedo.  Mientras sigamos diciendo “soy así por culpa de ellos”, no necesitamos cambiar. Pero cuando decimos “soy así y puedo transformarlo”, asumimos la responsabilidad. Ese paso puede ser incómodo porque nos quita una excusa y nos pone frente al espejo. También hay un lazo emocional fuerte: por más dolor que haya, los padres son figuras fundamentales. En el fondo, muchos hijos esperan que los padres reconozcan sus errores, pidan perdón o cambien.

Cuando no ocurre, el resentimiento se renueva.  Sin embargo, esperar que cambien para sentirnos en paz es una trampa. A veces los padres no entienden el daño que causaron o simplemente no saben cómo repararlo. Insistir en esa expectativa solo aumenta la frustraciónOtro obstáculo es la confusión entre perdonar y justificar. Muchos adultos creen que si perdonan, están aprobando lo que ocurrió. Pero el perdón no borra la historia: sólo libera al que perdona del peso de seguir reviviéndola. Perdonar es, en realidad, un acto de amor propio. No cambia el pasado, pero cambia la relación que tenemos con él.

 

Cómo empezar a sanar la relación con los padres

Sanar la relación con los padres (o con la imagen que tenemos de ellos) no siempre significa reconciliarse directamente. A veces basta con reconciliarse interiormente, con lo que fue.

Estos 5 pasos pueden ayudarte a iniciar ese proceso:

1) Acepta la historia sin maquillarla

Aceptar no es justificar ni minimizar. Es reconocer que eso ocurrió, que dolió, y que ya no puede cambiar. El primer paso para sanar es mirar los hechos con claridad, sin negar ni exagerar.

2) Entiende que ellos también tenían limitaciones

Muchos padres actuaron desde su propio dolor, ignorancia o miedo. Quizás no supieron amar de otra manera. Comprender eso no los absuelve, pero humaniza la historia. Y cuando los vemos como seres humanos imperfectos, no como monstruos o dioses, podemos empezar a liberarnos.

3) Asume la responsabilidad por tu vida actual

Aunque la infancia nos haya marcado, hoy somos los únicos responsables de lo que hacemos con esa herida. Buscar ayuda profesional, leer, reflexionar o simplemente cambiar hábitos emocionales son formas de retomar el control.

4) Pon límites si es necesario

Sanar no siempre significa acercarse. Si la relación con los padres sigue siendo dañina, poner distancia puede ser un acto de amor propio. El perdón no exige convivencia, sino paz interior.

5) Cultiva la gratitud por lo que sí se recibió

Incluso en las historias difíciles, suele haber algo que agradecer: la vida misma, algún gesto, alguna enseñanza. No se trata de negar el dolor, sino de equilibrar la mirada. La gratitud ayuda a cerrar heridas que la queja mantiene abiertas.

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